sábado, 16 de marzo de 2013

Amores inevitables, nunca imposibles.


- ¿Está bien el libro de los amores imposibles?
- Inevitables.
- Inevitables.
- ¿Sabes lo que quiere decir " a tres metros sobre el cielo?
- No.
- Pues... es como estar en el cielo, pero más arriba.
- Aaah...
- Mucho mejor que bien, y con la persona que quieres.
Mira no voy a decirte más veces que te quiero.
Porque me gusta quererte, disfruto viéndote, imaginando
conversaciones, y paseos que no han sucedido y estar a tres
metros sobre el cielo, y eso me basta, me gusta... Dejémoslo
en manos de la suerte.
- Llevas semanas persiguiéndome y ahora dices que lo dejas en
manos de la suerte.
- ¿Sabes esos bombos enormes de la lotería? Pues imagínate
que llenemos uno con un millón de bolas, con los nombres de
todos los hombres del mundo. Pues estoy segura de que si
metiera la mano en ese bombo... sacaría tu nombre, aunque me
empeñara en sacar otro, aunque metiera nombres repetidos
para hacer trampa, sacaría el tuyo. Y eso es lo que yo entiendo
por suerte.
A mi no me importa esperar, ya te lo he dicho. Las cosas tienen
su momento así que, tienes todo el tiempo del mundo para
sacar ese papel.
- No.
Porque ya he sacado uno. Señorita, tranquilícese un poco que
le va a dar un ataque al corazón eh.
- Si ya has sacado un papel, ¿qué estás pensando tanto?
- Que sacar una vez un papel puede ser casualidad. Pero sacar
dos veces el mismo... eso sí que es tener suerte.

jueves, 7 de marzo de 2013

Mi mejor sonrisa.

¿Sabes qué?
 Me muero de ganas de poder verte, abrazarte. Me muero de ganas por besarte. Me muero de ganas de que seas mío y yo tuya. Me muero de ganas de poder dormir a tu lado, de hacerte cosquillas, de enfadarnos y de arreglarlo todo a besos. Me muero de ganas de poder estar contigo, sin nadie más, tú y yo solos, pasando un día juntos, sin hacer nada en especial, riéndonos, haciendo tonterías y llenándonos de te quieros en cada esquina. Me muero de ganas de ser el motivo por el que sonríes cada día, de ser tu primer y último pensamiento.
 Quiero ser cómplice de tus horas felices.
Me muero de ganas de saber que nada ni nadie podrá con nosotros. Me muero de ganas de saber que puedo contar contigo, en las buenas y en las malas. Me muero de ganas de que en vez de un día bien y seis mal, sean seis bien y uno mal. Me muero de ganas de ti, porque te quiero, lo sé, y no he estado tan segura de algo en la vida, y sé que por ti lo dejo todo, que no te puedo perder, porque eres quien me completa.
Eres mi Sol de noche, mi Luna de día y mi mejor sonrisa.

Traficante de sueños.

Echo de menos cuando me decías "boba". 
Echo de menos tus "buenos días, mi niña. Te quiero, eres lo mejor de mi vida, no lo olvides nunca". 
Echo de menos tus abrazos, tus sonrisas tus "todo irá bien, yo estoy aquí, a tu lado, no te preocupes". 
Echo de menos tus tonterías, tus ganas de hacerme sonreír siempre, y la forma en que lo conseguías... 
Echo de menos el beso que me dabas después de discutir. 
Echo de menos ese beso que decía "cállate y bésame".
Echo de menos pasarme horas abrazada a ti. 
Te echo de menos.

La triste historia de tu cuerpo sobre el mío.

Todavía me acuerdo de ese verano.
Mi soledad y tu soledad se acostaban juntas
jugaban a pegar trozos, maderas del galeón hundido.
Nos besábamos con verdadero dolor
con la piel en el presente y la cabeza en el pasado
recordando fechas, olvidando promesas
y nos sumergíamos en la noche de las piernas
sorteando el miedo como en una carrera de obstáculos
contra los monstruos del desaliento.

El sudor era una tregua entre cien años de guerra,
nos queríamos morir, tan bonitos y tan tristes
como un juguete nuevo en una fábrica abandonada.
Yo tenía 15 y tú 17. No, no eran nuestros años
sino nuestros fracasos,
esos episodios que te definen mejor
que cualquier costumbre familiar.

"¡Venga, despierta!" me decías
y yo te miraba en espiral
porque te amaba pero quería salir corriendo.
Mis dedos no sabían ya pronunciar una caricia
sin que surgiera un nuevo temor desde las yemas.
Incapaz de mirar a las decepciones a la cara
volvía de lleno a tu centro, a derramarme, a licuarme,
a llenarte de blanco la oscuridad,
a dejarte pringada la soledad,
a cubrirte con los chorros de mi angustia.
Te metía los dedos bajo la tristeza
y los sacaba mojados de promesas rotas:
tu coño era una guarida tenue
mi corazón una maquina de hielo.

Así pasó el tiempo,
como un tren de sólo dos pasajeros
camino hacia la desilusión.

Luego nos dimos cuenta de todo,
de que ese verano en realidad fuiste mía
de que mi vida estaba a tu nombre
pero como suele pasar
nos dimos cuenta tarde.